Almas de la costa

Miércoles 13 de agosto, 21 h

Uruguay 1924.
Dir: Juan Antonio Borges | Guión: Juan Antonio Borges, Antonio de la Fuente | Fotografía: Henry Maurice e Isidoro Damonte | Elenco: Arturo Scognamiglio, Norma del Campo, Luisa von Thielmann, Remigio Guichón Núñez, Carlos Russi, Judith Acosta y Lara
Duración: 61 minutos.


Si los comienzos del cine uruguayo se parecen a los de otros países del mundo, su desarrollo
posterior fue por cierto mucho más lento. Al respecto hay que tener en cuenta la pequeña
superficie y la escasa densidad de población del país, que implican una estrechez del mercado
interno que han hecho tradicionalmente poco redituable el negocio, y prácticamente ilusoria la
idea de una recuperación de costos dentro de fronteras de la producción nacional. Esos problemas
se agravarán con el paso del tiempo.
Muy poco del material rodado en las primeras décadas del siglo ha sobrevivido hasta el presente.
Un incendio en la casa Glucksman, otro en la División Fotocinematográfica del ex Ministerio de
Instrucción Pública; un tercero en los depósitos de Noticias Uruguayas, acabaron con él. Hay que
llegar hasta 1924 para encontrar el primer ejemplo de largometraje de argumento culminado
exitosamente en el Uruguay: Almas de la costa o Los gauchos del mar, realizado por el
fallecido doctor -entonces estudiante de medicina- Juan Antonio Borges. Cuatro años antes,
Borges había hecho sin embargo otro intento que quedó inconcluso, Puños y nobleza,
producido por los Estudios Montevideo Films de Eduardo Figari y protagonizado por el entonces
famoso boxeador Angelito Rodríguez.
De ese modo, Almas de la costa se convierte en el primer (casi) largometraje nacional. En la
copia existente, restaurada con la ayuda de la Cineteca Nacional de México, se hace algo difícil
seguir la anécdota, pero otros méritos resultan en cambio visibles. Sin saberlo, Borges estaba
inventando el neorrealismo: su película prescinde de los artificios y los acartonamientos de mucho
cine comercial extranjero de la época, sale a buscar a sus improvisados intérpretes (entre los que
hay pescadores, gente humilde) en su propio medio, intenta reflejar su ambiente y sus problemas, y
desliza incluso una cuota de preocupación social. Esa vocación realista no será frecuente en la
producción uruguaya posterior (otro ejemplo podría ser El pequeño héroe del Arroyo del Oro,
1929 de Carlos Alonso), a menudo financiada con fines benéficos e interpretada por (y destinada a)
gente de alta sociedad, y mayoritariamente compuesta por comedias mundanas (Del pingo al
volante
 de Roberto Kourí) o melodramas improbables (¿Vocación?, de Rina Massardi).
Con la perspectiva de los años, la búsqueda de la autenticidad emprendida por Borges y su empleo
de un lenguaje preciso y ajustado a su asunto, parecen una actitud cultural particularmente válida
y anticipan la culminación del film de Alonso.

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