PÁJAROS EN UNA CUERDA
Xisco Anchieri
“Lo que no mata, fortalece”
— Friedrich Nietzsche
Esta frase, alguna vez inscrita en la antigua biblioteca del pintor Hugo Longa, resuena aquí como una clave interpretativa. En el contexto de esta muestra, funciona no solo como advertencia vital, sino también como eje conceptual de una práctica artística que se forja en la tensión entre vulnerabilidad y resistencia, entre herida y afirmación. Francisco Anchieri —Xisco— aborda el arte como un acto profundamente existencial, una forma de trazar sentido en medio de la fragmentación, de componer una imagen donde otras narrativas quedan silenciadas o borradas.
Pájaros en una cuerda reúne un conjunto de obras que atraviesan distintas técnicas —pintura, grabado y stencil— con una coherencia poética y política notable. Las piezas se entrelazan en torno a un mismo gesto: hacer visible lo que ha sido excluido del campo visual hegemónico. Esta no es una muestra sobre la belleza complaciente ni sobre una estética del ornamento. Es, más bien, una exposición que busca desarmar ciertas lógicas del mirar y reorientar la mirada hacia las napas profundas de lo humano.
En sus pinturas, Xisco trabaja con una fuerte carga matérica y cromática. Capas de color se superponen para construir escenas intensas, densas, donde los cuerpos y las arquitecturas urbanas se funden en una suerte de caos controlado. Una multitud transcurre en el cruce de 18 de Julio y Andes, mientras Montevideo se sumerge en el ocaso: pasta base, restos de combos de McDonald’s, peatones que se disuelven en la penumbra. Es una ciudad en ruinas, capturada no desde la distancia sino desde adentro, desde una subjetividad que se ve afectada y que no teme implicarse. La pincelada vibra, pero también denuncia; la composición es coral, pero nunca neutra.
Junto a estas escenas urbanas, aparecen imágenes del campo, territorios que el artista conoce desde su infancia. Lejos del bucólico imaginario rural, Xisco señala los sistemas de extracción de valor, las formas de dominación productiva y simbólica que se ejercen en esos espacios. La tierra, en sus cuadros, no es una superficie pasiva, sino un escenario donde se reproduce el poder.
Los grabados intensifican este gesto con una economía formal que conmueve: rostros en primer plano, muchos de ellos desgarrados, erosionados, como si el tiempo o la vida misma hubieran dejado su huella. La técnica del grabado —con su insistencia en la incisión, en la huella sobre la superficie— encuentra aquí una dimensión casi arqueológica. Estos rostros no solo están representados, están revelados: se trata de identidades que claman por un lugar, por un reconocimiento. El grabado funciona como una escritura de lo invisible, una operación de memoria que restituye lo que ha sido olvidado, negado, desplazado.
Por último, los stencils introducen una figura inesperada: una virgen reinterpretada en clave pop, reproducida de forma espectral, como un ícono que se desmaterializa y a la vez insiste. Esta imagen, presente en varias de las piezas, opera como un símbolo ambiguo: por un lado remite a las estructuras tradicionales de creencia; por otro, su tratamiento plástico —ligero, efímero, casi gaseoso— la convierte en una aparición fantasmal que se cuela en la narrativa sin obedecer del todo a sus reglas.
Esta coexistencia de lenguajes visuales, de tonos y soportes, encuentra una resonancia particular en el pensamiento de Mark Fisher. En Los fantasmas de mi vida, el crítico británico reflexiona sobre cómo el pasado sigue habitando el presente, no como nostalgia sino como una interrupción activa de la lógica de lo real. Fisher sugiere que los fantasmas no son residuos muertos, sino figuras que nos ayudan a no conformarnos con lo dado, a seguir imaginando formas distintas de estar en el mundo. De manera análoga, los "fantasmas" que pueblan la obra de Xisco —rostros anónimos, vírgenes desfiguradas, escenas urbanas convulsas— no buscan clausurar el sentido, sino abrirlo: habilitar espacios donde lo colectivo aún pueda pensarse.
En este sentido, el título de la muestra funciona como una metáfora abierta: Pájaros en una cuerda alude a una imagen precaria, inestable, pero también colectiva. Siguiendo la lógica de una sucesión de Fibonacci, como los pájaros que se posan en el alambre —alertas, frágiles, siempre al borde— estas obras invitan a habitar ese lugar de tensión entre la visibilidad y el silencio, la belleza y la violencia, lo íntimo y lo social. La cuerda no es solo un límite: es también un umbral desde el cual mirar, señalar, resistir.
Así, esta exposición no solo muestra un cuerpo de obra consistente: propone una experiencia ética y política del arte. Un arte que no se desentiende del mundo, que no busca consuelo en el encierro formal, sino que se lanza a interrogar —a veces con rabia, a veces con ternura— los rostros múltiples de la realidad.
Jacqueline Lacasa
Curadora
La muestra permanecerá abierta entre el 24 de julio y el 31 de agosto, de martes a sábados de 16 a 20 y domingos 16 a 18 horas. Entrada libre.
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